El aula como espacio para la compasión y la resiliencia.
PREVENCIÓN, BUENTRATO, CUIDADO MUTUO E INTERÉS SUPERIOR DEL NIÑO EN UN MUNDO GASEOSO.
Hace una semana regresaba de un encuentro con más de 140 educadores y educadoras en Quart de Poblet (Valencia), invitado por su Ayuntamiento y en plenas fiestas patronales. Y la verdadera fiesta tuvo lugar en el salón de actos de su Casa de Cultura, donde toda esa gente hizo un hueco en sus agendas de principio de curso para interesarse por algo que forma parte nuclear de su compromiso con los niños, niñas y adolescentes a los que acompañan: la transformación del aula -y por extensión, de la Escuela y de la Comunidad Educativa- en un espacio de buentrato y cuidado mutuo.
Y en ese contexto empezamos siendo conscientes de que tenemos tanto que lo que hablar, tanto que pensar, tanto que dudar, tanto que compartir, tanto en lo que ponernos de acuerdo… y lo complicado que es todo esto cuando participamos de un mundo intrusivo en el que tantos nos dan su opinión sin que se la hayamos pedido y en el que todos quieren ser influencer, un mundo dominado por la economía de la atención y tiranizado por la gestión del impacto (cuando no todo se puede medir como soñamos).
Entonces el reto se sustancia en cómo pensar en un mundo hostil en el que los procesos de socialización se construyen mediante la polarización en lugar de basarse en lo que nos une; en el que la construcción de la identidad se basa en la identificación negativa (estar en contra de algo) en lugar de la afiliación positiva (estar a favor de algo); en el que se sustituye la experiencia personal (vivir en primera persona) por la narrativa del pensamiento único (que nos lleva a ejercer la autocensura por miedo a disentir al tiempo que caemos en la idolatría de la opinión) y que nos hace vivir en vicario (por ejemplo, la pornografía como fuente de aprendizaje), vivir en asíncrono (24x7x365) o vivir en virtual (y pasar de lo sólido a lo gaseoso pasando por lo líquido sin darnos cuenta).
La conclusión parece clara: no hay nada de lo que hablar, dado que no existe una experiencia compartida sobre la cual asentir o disentir.
¿Cómo pensar en mitad del ruido? Aquí van algunos mantras que pueden ayudar a mantener la línea del horizonte, cuando no a mantener la cordura:
- La piel como frontera (elogio de la intimidad);
- La reflexión como estrategia (el valor del proceso frente a la obsesión por el resultado);
- El silencio como aliado (para aprender a estar conmigo mismo);
- La paciencia como principio (para dar tiempo al tiempo).
Pero cómo esforzarse cuando ya los medios (el cómo) no importan (proceso); cuando sólo importa el fin (resultado) a toda costa y a cualquier precio; cuando todos nos hemos convertido ya en medios (¿a dónde van los datos de las TICs generan en el aula?); cuando ya las personas no son un fin en sí mismas (el producto eres tú).
Así visto parece que, como especie, involucionamos hacia la idiocia, donde lo inteligente se vende como frío y claudicamos frente a otras formas de afrontar -cuando no soportar- la realidad. Confundimos causa con consecuencia y confundimos problema con síntoma, por lo que mientras tratamos el síntoma, cronificamos el problema. Confundimos problema con reto, pero si existe solución, entonces no es un problema (y quizás gran parte de lo que vemos como problemas son en realidad necesidades de ajuste). Confundimos prevención con ausencia de problemas y terminamos incubando niños burbuja educados en la irrealidad.
Ante esto, una propuesta: la prevención como afrontamiento resiliente de la adversidad (qué hacer cuando las cosas van mal). Y para eso necesitamos niños que experimentan la realidad y con la realidad, niños que viven en/con su realidad y niños que se comprometen con su realidad y con la de los demás (posibilitando así la empatía y la compasión).
Pero todo esto ya lo sabíamos; no estamos aquí para esto.
Los niños, niñas y adolescentes con los que trabajamos y para los que trabajamos tienen derecho a que les ayudemos
- a crecer en las mejores condiciones
- a ser dueños de sus vidas
- a cometer errores
- a afrontar la adversidad
- a pensar por sí mismos.
Y para eso sí que hemos llegado hasta aquí.
Seguimos adelante!
Tomás Aller Floreancig, CEO & Fundador, iidis.